Durante 21 días mi hijo estuvo bajo un coma inducido antes de fallecer, 21 días donde observé su vida escapar, sin mucho que pudiera hacer, más allá de escuchar música y hablar de fútbol con él.

Luis Guillermo Espinoza

15 años

Estudiante de bachillerato herido en la cabeza por un arma de fuego el 05 de junio de 2017 por un funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana en el marco de una protesta en San Diego, estado Carabobo. Falleció el 13 de agosto luego de agonizar durante 2 meses en un hospital en el que no contó con la atención médica necesaria. su familia se traslada regularmente a Caracas para exigir justicia y avances en la investigación. A la fecha su caso continúa sin expectativas reales de justicia en el sistema interno venezolano.

Aproximadamente 1 de cada 500 personas nacen con pérdida auditiva o pierde la audición durante la infancia, el riesgo de padecer ceguera es de un 5% y las posibilidades de vivir si recibes un disparo en el cerebro son de apenas un 9%. Todas estas probabilidades aplicaron al caso de mi hijo Luis Guillermo Espinoza, quien siendo tan solo un niño fue asesinado por la dictadura de Nicolás Maduro al recibir un disparo en la cabeza, dejándolo ciego y sordo de un oído durante sus últimos dos meses de vida. 

Mi nombre es Zulmith Espinoza, soy la madre de Luis Guillermo Espinoza, un joven de apenas 15 años de edad que fue asesinado en una protesta en contra del gobierno por funcionarios del Estado. Desde que tenía 5 años lo llevaba a sus prácticas de fútbol, creció siendo un deportista apasionado: sus mejores goles me los dedicaba , gritaba “esto es por ti, te amo mamá”.

Luis Guillermo entendía que Venezuela estaba pasando por una situación difícil, en donde nuestra situación económica, al igual que la de millones de venezolanos, no era la mejor. Soñaba con un mejor país, uno que le pudiera ofrecer oportunidades de crecimiento personal y calidad de vida. Por esta razón, Luis Guillermo decidió protestar por sus derechos. En la segunda manifestación a la que asistió quedó atrapado por la fuerte represión de la Guardia Nacional Bolivariana. Fue una noche difícil, yo estaba muy preocupada por su seguridad, pero llegó a casa la mañana siguiente. Cuando lo ví no sabía qué hacer, pero le expresé mi descontento por lo que había hecho y le prohibí que asistiera a otra manifestación. 

Enseguida me contestó que él era la resistencia y seguiría protestando ya que era una forma en la cual podía expresar su desacuerdo en contra del régimen, su motivación a salir no era más que la de vivir en un país libre. Al poco tiempo, Luis vio un vídeo en las redes donde mostraban cómo un joven que manifestaba se cayó y al levantarse el funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana le disparó en la espalda, a quemarropa, sin perdonarle la vida. 

Eso le impactó y me prometió no volver a marchar.

El 05 de junio de 2017 la oposición había convocado un plantón a nivel nacional, ese día me levanté temprano, como de costumbre, para preparar la comida e irme a trabajar. Antes de irme entré al cuarto de mi hijo y lo besé para despedirme. Al salir a trabajar sentí una gran inquietud de que fuera a protestar y no asistiera al colegio. Sin embargo, recordé la promesa que había hecho y me fui a trabajar. 

Al final del día, antes de llegar a casa me encuentro a mi hermano, quien me pidió que me montara en su carro porque Luis se encontraba en el hospital de San Diego porque había sido herido en la protesta. 

Cuando llegamos a la clínica los médicos me informaron que mi hijo estaba muy mal a causa de una herida de bala en la cabeza y que debían realizarle una tomografía. Ellos no contaban con el equipo necesario para hacerla, por lo que nuevamente fue trasladado al Hospital Central de Valencia.
Al realizarse la tomografía se demostró que Luis tenía un objeto extraño en su cabeza, lo que causaba una pérdida de la vista y de su capacidad auditiva en el oído derecho. Ya internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), los médicos determinaron que Luis debía recibir una intervención quirúrgica para reducir el edema cerebral, por lo que decidieron operarlo. 

Mi hijo permaneció en un coma inducido por 21 días y cuando despertó no podía hablar por la traqueotomía. Yo solía colocarle música por el oído que aún le servía para hacerle los días más brillantes y le contaba sobre los juegos de fútbol. 

En dos meses y ocho días nos enfrentamos a un nuevo obstáculo: la crisis hospitalaria. Las instalaciones no contaban con medicamentos, implementos, alimentos ni papelería con la cual atender a mi hijo. Debíamos suministrarles todo lo que necesitara. 

Luis se contaminó con 11 bacterias, hasta el punto que le salieron gusanos en el oído derecho, la situación fue tan precaria que tampoco tenía acceso a alimentos. En muchas ocasiones las enfermeras me regresaban la comida que yo llevaba descompuesta. Su condición cada día era peor, sufría de desnutrición y varias veces lo desconectaron de la máquina. Yo le suplicaba a la enfermeras que me enseñaran a suministrarle la comida, pero no lo permitieron.

Aunado a todo esto, Luis era vigilado por funcionarios altamente armados como si estuvieran custodiando un criminal. Cuando lo trasladan de la UCI para la habitación, Luis Guillermo sufrió de un primer paro cardíaco donde yo misma tuve que darle primeros auxilios ya que las enfermeras no sabían realizar el procedimiento. Cuando vuelve a entrar a la UCI le dio hipotermia y 4 paros respiratorios que finalmente provocaron su muerte el día 13 de agosto de 2017. 

Transcurridos 20 días del fallecimiento de mi hijo, en búsqueda de justicia me trasladé a la fiscalía, que llevaba su caso. La fiscal me informa que en la autopsia no encontraron evidencia de la bala, aún cuando en la tomografía anterior quedó comprobado que fue una bala la que se encontraba alojada en el cerebro de mi hijo. 

La tomografía que evidenciaba la bala en la cabeza de mi hijo se había perdido en el hospital, por lo que intenté ir a la clínica y solicitar una copia, pero me respondieron que allí no aparecía registro del paciente. Decidí solicitar al fiscal su intervención en la clínica para que le dieran la información, pero esta se tardó tres años en solicitar una copia de la tomografía. 

Una vez logré que me dieran el expediente, me encuentro que hay una declaración de un menor de edad que fue entrevistado como testigo presencial. En su declaración relata cómo fue herido Luis Guillermo. Cuenta que mi hijo y él se encontraban en el plantón cuando fueron interceptados por funcionarios de la GNB, quienes les obligaron a arrodillarse junto a tres otros jóvenes más y les amenazaron con matarlos: luego apuntaron en la cabeza a mi hijo y le dijeron que lo iban a matar. 

Mi hijo pidió que no lo mataran, se puso muy nervioso y salió corriendo. Si, huir por miedo fue motivo suficiente para que un funcionario considerara a mi hijo como una amenaza y le disparara: a corta distancia y por la espalda. 

En el relato, el joven dice que la sangre de Luis le salpicó en la cara y que el GNB, al ver a mi hijo tirado en el pavimento lo pateó. Las personas que se encontraban en el lugar comenzaron a gritar “asesino, déjalo, asesino”, hasta que Luis fue rescatado por una dama y un caballero que lo trasladaron al hospital de San Diego. 

Allí comenzó mi proceso de buscar la verdad, para que se tomaran las declaraciones de los testigos, tuve que ir a llevar a las personas a las citas, y cuando logré convencer a uno de los ellos, qué temía por su vida, me informaron que su declaración no fue incorporada al expediente y hasta la fecha no han dado repuesta de la razón. 

Un día no me dejaron entrar a la fiscalía por cargar camisa manga corta y en otro me impidieron el acceso a la instalación por el tamaño de mi cartera. Cuando les pedí una explicación me informaron que eran normativas internas y que si tenía algún problema que reclamará al Fiscal Superior. Para mi sorpresa, el mismo que me impedía la entrada era el funcionario que vigilaba a mi hijo en el hospital. 

Mientras tanto, los escritos que emitía la Guardia Nacional Bolivariana negaban que sus funcionarios estuvieran presentes cuando mi hijo recibió el disparo. El proceso de buscar justicia sólo me ha causado dolor, a veces no encuentro la forma de expresar lo que ocurrió. Es una historia que se repite una y otra vez en mi mente, una historia que he contado muchas veces sin que alguien verdaderamente la escuche. 

Las horas de espera son muy largas, teniendo cita a las 9:00 a.m. , soy atendida a las 2:00 p.m.. Incluso, me han dicho que la etapa de investigación puede tardar hasta 10 años. Me quitaron lo que más amaba en el mundo, a mi único hijo y mi oportunidad de ser abuela. Lo mataron por soñar en una mejor Venezuela, por la espalda, corriendo atemorizado. 

Debo seguir luchando por mi hijo anhelando que encuentren al asesino y que sean condenados todos aquellos responsables que intentaron silenciar a todo un país.

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Luis Guillermo Espinoza

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Hoy hablo de ti hijo, porque aunque ya no estás físicamente, todos merecen conocerte como yo lo hice. Lucho por ti y sigo de pie para conseguir Justicia.